Nada es más importante que participar en la Misa

Padre Larry Richards

Nota de la redacción: El siguiente extracto de una presentación sobre la Misa y la Eucaristía es uno de los muchos artículos que publicará la revista Catholic San Francisco Magazine como parte del Avivamiento Eucarístico de la Iglesia Católica de EE.UU. (eucharisticrevival.org) que comenzó el 19 de junio de 2022, fiesta del Corpus Christi, y continúa hasta Pentecostés de 2025.

Lo más maravilloso que he hecho en mi vida es celebrar la Misa. Desde que era un niño, es lo único que siempre quise hacer. Desde que la Hermana Dolores, en primer curso, nos pidió que hiciéramos un dibujo de lo que queríamos ser de mayores, yo dibujé a un sacerdote con las manos en alto sosteniendo la Eucaristía. Creo que se debe a mi madre. Nací el 26 de marzo de 1960 y me bautizaron el 17 de abril de 1960, que era el cumpleaños de mi madre. También era Domingo de Resurrección. Justo después de bautizarme, mi madre, que tenía 18 años, se acercó a la imagen de la Virgen, me levantó y me entregó. Creo que aquel día, María me agarró y rezó por mí para que, a lo largo de mi vida, que en la escuela secundaria no fue muy buena, me siguiera atrayendo a la realidad de que estaba llamado a ser sacerdote.

Así, a los 17 años, experimenté la llamada del sacerdocio e ingresé en el seminario. Lo más importante que hago ahora en mi vida es ofrecer la Misa. La realidad es que todos los días de mi sacerdocio he ofrecido la Misa; incluso cuando estaba enfermo en el hospital, decía Misa todos los días en mi cama, porque no hay nada más importante en mi vida ni en la de ninguno de nosotros que participar en la Misa. ¿Por qué? Cada vez en la Misa, el Dios del universo, Jesucristo, aquel que el universo no puede contener, se humilla ante nosotros y se hace presente bajo las apariencias del pan y del vino, y nos alimenta de sí mismo. ¿Qué es más importante que eso?

Si yo fuera a regalar un millón de dólares en la iglesia, vendría gente de todo el mundo para conseguir el millón de dólares. La gente diría: “¡El Padre Larry va a regalar un millón de dólares!”. Sin embargo, lo que obtenemos en cada Misa vale más que un millón de dólares. ¡Es el Dios del universo! Dios nos da su mismo ser, y sin embargo algunas personas dicen que se aburren en Misa. Dicen: “No voy a Misa, Padre, porque es aburrida”. Si no vas a Misa porque es aburrida, entonces no te das cuenta de que Dios murió por ti, y que esta muerte se hace presente para ti en la Misa. Dios lo da todo por amor a nosotros, y desde el principio, desde la creación de los tiempos, desde la caída del hombre, Dios siempre nos ha estado preparando para este gran sacramento.

Si nos remontamos a la historia de Abraham en el Génesis, vemos la puesta a prueba de Abraham. Dios mira a Abraham y le dice: “Abraham, quiero que tomes a tu hijo, el único al que amas, y me lo entregues”. Abraham dice: “Sí, Dios, lo haré”. Ahora bien, algunas personas se vuelven locas por eso. ¿Cómo podría Dios pedir el hijo de alguien? Recuerda que su hijo, Isaac, es el hijo de la promesa. Todo depende de él. El futuro de Abraham depende de Isaac, y está dispuesto a renunciar a él porque sabe que Dios puede hacer cualquier cosa. Así pues, Abraham toma a su hijo Isaac y le da la leña para el sacrificio para que la lleve a cuestas. Isaac mira a su padre y le dice: “Padre, aquí está la leña y aquí está el fuego, pero ¿dónde está el cordero para el sacrificio?”. Abraham dice: “Dios mismo proveerá el cordero para el sacrificio”. Así pues, Abraham está pronunciando una profecía. Entonces va a la cima de la montaña, toma a su hijo, lo ata y se dispone a sacrificarlo. Dios detiene a Abraham y le dice: “No te atrevas a hacer daño a tu hijo”. Dios dice: “Abraham, no entregues a tu hijo para demostrarme tu amor; Abraham, entregaré a mi Hijo para demostrarte mi amor”.

2.000 años más tarde vemos a Juan Bautista. Juan Bautista ve a Jesús que camina hacia él, y dice: “He aquí el Cordero de Dios”. Dios mismo proporciona el Cordero. Dios mismo proporciona el Cordero. Por eso en la Misa proclamamos: “¡Cordero de Dios… Cordero de Dios… Cordero de Dios!”. Esto es lo que le costó a Dios. Para darnos la Misa, a Dios le costó la vida de su Hijo. Desde el principio con Abraham, el padre de nuestra fe, Dios nos prepara para la Misa.

Algunas personas me dicen: “Bueno, Padre, puedo rezar en casa, ¿no?”. Bueno, claro que puedes. Pero estás ignorando el hecho de que Jesús hace su pasión y muerte sacramentalmente presentes para ti en la Misa, y nos da su propio cuerpo y sangre, y eso es lo que necesitamos para sobrevivir. Pero aún así, algunas personas dicen que su tiempo es más importante que lo que Jesús está haciendo por mí. Abandonan a Dios cuando dicen que la Misa no es importante y que no ir no es para tanto. Pues bien, ¡para Dios fue algo muy grande dar a su único hijo! ¿Por qué no es una gran cosa para nosotros recibir lo que su hijo hizo por nosotros? Hagamos lo que hagamos en nuestra vida, no hay nada más importante que la Misa. El Concilio Vaticano II dice que la Misa es la fuente y la cumbre de nuestra vida ¿Es la fuente y la cumbre de tu vida? ¿O es algo por lo que pasas porque quieres ser una buena persona, o porque no quieres irte al infierno? Muchas personas utilizan la Misa como un tipo de seguro. Dicen: “Voy a misa los domingos porque es pecado mortal faltar a Misa. No quiero ir al infierno. No me gusta, pero iré”. Esa actitud gira en torno a mí y a lo que me va a salvar, en lugar de reconocer lo que le costó a Dios. Necesitamos purificar nuestros corazones. No se trata de una obligación; se trata de estar en relación con Dios. Si saltamos al Nuevo Testamento, Lucas, capítulo 22 versículo 15, vemos a Jesús preparándose para celebrar la Pascua con sus apóstoles. La primera Misa fue una cena pascual. Jesús se sienta con sus apóstoles y les dice: “He deseado mucho comer esta Pascua con ustedes antes de padecer”. Jesús te desea mucho en cada Misa. ¿Lo deseas tú mucho? Jesús desea mucho sufrir por nosotros. Él sabe que le va a costar todo, pero con gusto lo da todo. ¿Lo deseas en cada Misa a la que vas o es solo algo “que tienes que hacer”? Él te desea. ¿Lo deseas tú? Antes de sufrir, toma el pan, y luego, en el versículo 19, dice: “Esto es mi cuerpo entregado por ustedes. Hagan esto en memoria mía”. Cuando Él dice: “Hagan esto”, es una orden. No es una opción. Hasta el día de hoy, no puedo creer cómo la gente no tiene la Eucaristía o la Misa en el centro de su vida. Jesús no dijo: “Oigan, si tienen ganas, les sugiero que se reúnan de vez en cuando y, ya saben, recuerden esto”. No. Él dijo: “¡Háganlo!”. Es una orden. Debemos hacerlo porque Dios nos lo ordena. Es una de sus últimas peticiones para nosotros: Hagan esto en memoria mía”. Él dice: “Este es mi cuerpo”. No dijo: “Esto es un símbolo de mí”. No dijo: “Esto es para que se acuerden de mí”. Dijo: “Éste soy yo”. Lo que recibimos en cada Misa es el Dios del universo —cuerpo, sangre, alma y divinidad de Jesús—, que se humilla ante nosotros y nos da su propio cuerpo y sangre. Pero, de nuevo, eso no le interesa a mucha gente.

Observo a la gente cuando comulga el domingo. Algunos reciben la Sagrada Comunión y salen por la puerta. Alguien debería pararlos y decirles: “¡Perdón! ¿Sabes lo que acaba de ocurrir? Dios acaba de hacer su muerte sacramentalmente presente para ti en la Misa, te ha dado su propio cuerpo y sangre resucitados, ¿y te vas de aquí como si no pasara nada? Será mejor que te postres y te des cuenta de que Dios te acaba de dar su Cuerpo y su Sangre. Si Jesús viniera caminando a esta iglesia ahora mismo y se parara aquí, ¿qué harías? Me imagino que te postrarías ante Él”.

Para mí se hizo realidad hace años. Fui a Roma con un compañero de clase para asistir a la ordenación diaconal de un amigo de la infancia. Mi compañero de clase había hecho mucho por la orden de la Madre Teresa cuando estudiaba en Roma. A menudo él decía Misa para ella y sugirió que fuéramos a pasar tiempo con las hermanas. Le dije: “Me encantaría hacerlo”. Así que llegamos muy temprano por la mañana y llamamos al timbre. La Madre sale y sonríe de oreja a oreja a las 6 de la mañana. Yo pensé: “La Madre no puede estar bien si está sonriendo de oreja a oreja a las 6 de la mañana”. Ya sabes, porque no soy una persona madrugadora. Creo en la Cena del Señor, no en el desayuno del Señor. Pero, en fin, eso no viene al caso. Entonces, nos lleva a esta habitación y nos dice: “Padre, espérenos; vendremos a buscarlo dentro de unos minutos”. Cuando nos preparábamos para oficiar la Misa, observamos que todas se quitaron los zapatos porque comprenden que están entrando en tierra santa. Es algo interesante decir Misa sin zapatos cuando estás tan acostumbrado a decir Misa con zapatos. Allí había monjas de todo el mundo, todas sonriendo de oreja a oreja. Antes, por la mañana, estaban cortando leña, llenando sus grandes cubos de agua y haciendo todo este duro trabajo. Mientras se arrodillan en el suelo de madera, todas sonríen. Entramos en la sacristía y hay un cartelito que dice: “Oh, sacerdotes de Dios, digan esta Misa como si fuera su primera Misa. Digan esta Misa como si fuera su última Misa. Digan esta Misa como si fuera su única Misa”.

Así es como todos deberíamos acercarnos a la Misa. Pueblo de Dios, recen esta Misa como si fuera su primera Misa. Recen esta Misa como si fuera su última Misa, porque podría serlo. Recen esta Misa como si fuera su única Misa. ¡Si todos entráramos así en la Misa!

Así que empezamos la Misa, y estas monjas, de nuevo, están muy contentas, cantando y arrodillándose durante toda la Misa. Mi compañero de clase dio la homilía, hizo bromas sobre mí, y estas monjas se rieron a carcajadas. Reír es una verdadera señal de que alguien es seguidor de Cristo. Si no tienes alegría —no me importa si vas a Misa todos los días—, si no tienes alegría en tu corazón, no conoces a Jesucristo, que nos dijo: “Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto” (Jn 15, 11).

Si soy seguidor de Jesucristo, más me vale ser una persona de amor para todos, me gusten o no. La alegría de estas monjas era contagiosa; uno sonríe con sólo mirarlas. Así pues, continuamos la Misa y tomamos el pan y decimos: “Esto es mi cuerpo”, y sostenemos en alto al Dios del universo. ¿Sabes lo que hicieron las monjas? Se postraron. Ellas sabían quién era: Dios. Estas monjas adoraban a Jesús. Luego, tras volver a la posición de rodillas, dijimos: “Ésta es mi sangre”. Una vez más, se postraron.

¿Nos postramos? Cada vez que vamos a Misa, espiritualmente, ¿se inclina nuestro corazón ante el Dios del universo? Eso es lo que importa. La Misa consiste en adorarle, y estas monjas lo sabían.

Pero no se trata sólo de eso. Después de la Misa, fuimos a una pequeña habitación donde las monjas nos pidieron que nos quedáramos a desayunar. Nos sirvieron en exceso, como si fuéramos reyes. En esta pequeña habitación había una placa de la Madre Teresa, y la placa dice: “El fruto del silencio es la oración”. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz”.

Estas monjas sabían de qué iba la Misa. La Misa es para hacernos más amorosos. Si la Misa no nos hace más amorosos, estamos perdiendo el tiempo.

Si quieres conocer a Jesús, tienes que pasar tiempo con Él en la fracción del pan. En nuestra iglesia, tenemos la bendición de tener adoración las 24 horas del día, siete días a la semana. La gente viene y pasa una hora a la semana para que al menos dos personas estén siempre con Jesús 24 horas al día siete días a la semana. ¿Por qué? Porque él está vivo allí, y llegas a conocerle en la realidad de su presencia. ¿Conoces a Jesús? ¿Conoces realmente a Jesús? ¿Lo conoces como conoces a tu madre, a tu padre, a tu mejor amigo, a tu novia, a tu novio, a tu hijo o a tu hija? La única manera de llegar a conocer a Jesús es pasando tiempo con él. Te prometo que si pasas tiempo con Jesús en el pan eucarístico, llegarás a conocerle, y eso es lo único que importa. No hay forma de enamorarse de alguien si no pasas tiempo con esa persona. La gente dice constantemente: “Oh, quiero conocer más a Jesús”. ¿Alguna vez pasas tiempo con Él? La única forma de enamorarse de alguien es pasando tiempo con esa persona La única manera de amar de verdad a Jesús es pasar tiempo con él.

En la Misa, a través de la Eucaristía, Dios se instala en nuestro interior, y debemos salir de cada Misa y servir, llevando a Jesús al mundo, llevando a los demás al conocimiento de su amor. 

El Padre Larry Richards es el párroco de la Comunidad Pan de Vida de la Iglesia San José en Erie, Pensilvania. Es un profesor, predicador y maestro de retiros cautivador, y habla desde su experiencia como párroco de una parroquia de ciudad. Antiguo capellán de escuela secundaria durante ocho años, consejero y evangelista, el Padre Larry ha dirigido cientos de retiros para jóvenes y mayores, así como numerosas misiones parroquiales y conferencias. Sus charlas y presentaciones inspiradoras han cambiado el corazón y la mente de miles de oyentes en todo el mundo.

Extractos de una conferencia, impresos con permiso de Lighthouse Catholic Media.